Hace años, un maestro de escuela, una escuela de pago en un barrio obrero como eran entonces la mayoría , porque apenas había escuela pública, miró a sus alumnos (las escuelas de la dictadura separaban a chicos y chicas ¿les suena? ) y les dijo : el que es tonto que lo pague.
Vosotros sois niños pobres y no podéis permitiros el lujo de ser tontos.
Durante años, la clase obrera, que sabía de la desventaja de no estudiar, luchó por escuelas gratuitas para sus hijos y sus hijas, escuelas públicas.
Luchó para conseguir que la educación dejara de ser un privilegio de unos pocos.
Hoy, ahora, estos días, cuarenta años después, padres y madres, profesores y profesoras, alumnos y alumnas, están embarcados en la defensa de esa escuela pública que conquistaron para nosotros, para nosotras.
Una escuela que quieren hacer desaparecer.
Y aquellos, aquellas que se resistieron a que fuera real el derecho de todos, de todas, a una educación pública, a una educación pública de calidad, están volviendo por sus fueros.
Porque hoy, cuarenta años después, los derechos humanos, el derecho a la salud, el derecho al trabajo, el derecho a una vivienda, el derecho a la educación, son, con la tierra y el agua, el gran negocio del siglo veintiuno.
Podríamos dar datos.
Podemos decir que,sólo en Leganés, más de 1.100 niños y niñas se han quedado sin plaza en las escuelas infantiles públicas, porque la derecha quiere que nuestra necesidad siga siendo un negocio.
Podemos decir que faltan escuelas en los nuevos barrios, que se suprimen bachilleratos sin consultar con la Comunidad escolar, que se han retirado los apoyos a la mejora de los centros antiguos, que disminuyen las ayudas a las familias, que se recorta personal y se aumenta el número de niños y niñas por aula, medidas todas destinadas a empeorar la oferta pública de educación.
Mientras, sube la dotación de la privada concertada, se aumenta el número de escuelas e institutos que se conciertan.
Y la privada concertada es esa escuela que pagamos todos, todas, pero que tiene dueños, a menudo, demasiado a menudo para un estado laico, vinculados a la iglesia.
Podemos decir todas esas cosas, pero lo importante, lo esencial, es esto: que vienen a por nuestros derechos, que vienen a por nuestra escuela pública.
Y estas políticas de privatizar lo de todos, lo de todas, comienzan siempre así, con el recorte de recursos y el empeoramiento ,cada vez mayor, de los servicios que se prestan.
Pero, y esto es especialmente claro en los casos de la asistencia sanitaria y de la educación, empeorar la calidad es ya violar nuestros derechos, comenzar a negarlos.
Podríamos perder.
Quienes estamos defendiendo otras políticas públicas, quienes estamos defendiendo los servicios públicos, la escuela pública, podríamos perder.
Pero que no sea porque no lo intentamos, que no sea porque ayudamos, con nuestra pasividad y nuestro silencio, a que suceda.
Pero que no sea porque no lo intentamos, que no sea porque ayudamos, con nuestra pasividad y nuestro silencio, a que suceda.
No hacerlo, no luchar en todos los frentes, dejar que arrasen todo, que hagan negocio con nuestras necesidades, que nos quiten sin pelea lo que nos pertenece, sería de tontos.
Quienes se saben de la estirpe de aquellos niños de barrio obrero de mi historia -una historia real-no pueden permitirse el lujo de ser tontos.
Déjenme que acabe con unos versos de Mario Benedetti, ese magnífico poeta cuya muerte lloramos estos días y que supo alzar su voz siempre de parte de su pueblo; su pueblo, que eran todos los pueblos del mundo.
Él nos dejó ,entre muchas, estas palabras que constituyen un aviso y ,a la vez, una convocatoria para la acción:
Despabílate, amor, que el horror amanece.
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