Lápices llega a Dajla.


Dajla surgió en medio de la nada.
De un inhóspito desierto, una tierra estéril, yerma, rojiza con un infinito horizonte.
Una imagen irreal, camuflada, parte integrante de este mar evaporado, silenciosa como un animal dormido.

Como si de un espejismo se tratara, apenas se definían las figuras de las jaimas.
El viento, la arena recorrían el vasto paisaje.
Cabras, camellos soportando el sol implacable...se difuminaban mientras recorríamos en coche una carretera de arena fina y el polvo se introducía de forma implacable en las fosas nasales, ojos, pliegues de la ropa, uñas…
Los niños saludaban al paso de nuestros coches.
Descalzos, con amplias sonrisas y dientes blanquísimos.
De las casitas de adobe y jaimas aparecían mujeres ataviadas con la típica melfa, enormes gafas de sol y guantes que tapaban con empeño sus manos.
Llegamos al punto de encuentro donde nos asignaban una familia de acogida.

Todo el material escolar, 120 kilos llegó sano y salvo a Dajla.
Después de casi 180 kilómetros que separan Tinduf con Dajla, de los cuales 120km están asfaltados y 40 en pleno desierto las maletas estaban irreconocibles por la cantidad de polvo acumulada.
Mucha gente se agolpaba alrededor de todos nosotros, observándonos.
Un pequeño examen visual que era mutuo, con curiosidad y respeto.

Nos asignaron una familia que desconocíamos sus nombres.
Y nos dejamos llevar con todas nuestras maletas y en la entrada de una casita de adobe apareció un niño de unos tres años, desnudo de cintura para abajo, descalzo, de mirada limpia y transparente y una sonrisa que nos robó a todos el corazón.
Más tarde supimos que era Kofi, el pequeño de una grandísima y magnífica familia.
*Foto Denbet con el pequeño de la familia Kofi.
Una vez instalados nos pusieron inmediatamente bebidas frescas y nos presentaron a Denbet Lkenti la madre de una familia integrada por seis niños varones y viuda desde hace pocos años.
Denbet es de personalidad tranquila, anda por la estancia casi deslizándose, sin ruido.
Transmite una gran serenidad y me inspira una gran confianza.
A todos nos llamó la atención esta mujer atenta, amable, discreta y sobretodo, silenciosa.
Puso inmediatamente la mesa y comida abundante siempre alerta de que no nos faltara de nada.
Kofi revolotea alrededor, nos observa, desliza con su pequeño dedo la piel de nuestros brazos. Sus ojos brillan de una forma espectacular.
Estamos con el increíble pueblo saharaui por fin.

0 comentarios:

GUERRAS OLVIDADAS