EL PESO DEL SILENCIO


No.

Ya nadie recuerda que bajo este silencio nuestras lágrimas se secaron porque el tiempo ya se ha encargado de ello.
Quiero estirar mi mano y atravesar el surco de las injusticias y ver la cara de la persona que me disparó por la espalda.Mi mano no alcanza, no puede, se resiste a salir fuera de la tierra.Enterrada en una cuneta. Estoy despierta y hablo, hablo., pero nadie me escucha. Se que mi familia está ahí. ¿No me oís?No estoy sola….allá lejos se encuentran hermanos en fosas comunes, cunetas, pozos que durante el periodo más negro de este país perecieron fusilados en tapias, plazas de toros, descampados….Han crecido árboles entre nuestros huesos. Sólo ellos nos escuchan.
Muchos hablan de combatir el ruido, pero nadie habla de combatir el silencio.
Las ideas republicanas, de justicia, libertad y democracia le sirvieron para recibir denuncias falsas, entre las que se contaban la quema de iglesias a lo ancho y largo de la Mancha.
Mi abuelo se llamaba Manuel Barrera Baldonado, han pasado muchos años, pero aún sigue teniendo sus 40 años, los mismos que cuando falleció: una bala infame le atravesó la cabeza justo detrás del cementerio de Almagro.
Y os puedo asegurar que aún sus ideas siguen presente como el primer día, pero esas ideas corren ahora por mi sangre.45 días después de terminar la Guerra Civil Española, sin juicio previo, mi abuelo tuvo la noticia de que ya estaba sentenciado y condenado a muerte. Eso no era un caso aislado, los días de la posguerra en España se saldaron entre 90.000 y 180.000 muertes injustificables.

Yo apenas tenía seis o siete años, pero la cruzada de mi familia por recuperar la memoria histórica de mi abuelo comenzó con hacer desaparecer primeramente su causa de defunción: derrame cerebral. Estas ilícitas, miserables, falsas palabras eran de por sí una ofensa a la vista, a la dignidad. Y se decidió luchar porque el silencio que emanaba cada letra, cada trazo fuera borradas una por una.
El ayuntamiento de Almagro creó un Bando para localizar al menos dos testigos que dieran fe del asesinato de mi abuelo. Al día siguiente, aparecieron más de cuarenta personas.De refilón pude observar cómo se le humedecían los ojos a mi abuela. Era una víctima de guerra dolorosamente reconocida después de casi 20 años. Sufriendo en su piel el ostracismo y el repudio del miedo y la ignorancia.Y aquel abuelo que sólo supe de él por los testimonios de mi familia: trabajador incansable, luchador e idealista aún sigue viviendo en la memoria colectiva de todos los mios, por mucho que se empeñen en decir que hay que dejar a los muertos en paz, que se deje de "remover la historia".
En memoria, yo misma, su nieta Alicia Mora Barrera.

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GUERRAS OLVIDADAS