Al mirar los mapas, uno diría que el Sahara Occidental, la patria que quedó a medio nacer en el periodo de la descolonización de África, no existe.
El extremo occidental del Sahara argelino es totalmente estéril.
Le llaman tanezfout, tierras de la sed; un desierto que registra la mayor salinidad del mundo, sin posibilidades de ningún tipo de agricultura.
En las estadísticas mundiales el nivel de desarrollo económico de esa región aparece simplemente como cero.Al mirar los mapas, uno diría que el Sahara Occidental, la patria que quedó a medio nacer en el periodo de la descolonización de África, no existe.
Pero, ¿realmente existe esta nación?El Sahara Occidental es hoy un pueblo desgarrado en tres espacios.
Uno es el territorio bajo el régimen marroquí, con su capital, El Aiún, una larga franja litoral bañada por el Atlántico, puertos ricos en pesca, ciudades sagradas, centenares de presos políticos y el famoso triángulo útil de Bru Craa, que contiene 2 millones de toneladas de fosfatos.Ahí habitan, se calcula, 250 mil saharauis.
En esta zona surgen, de manera cíclica, los movimientos de rebelión de la población originaria contra las autoridades de ocupación.Otro espacio es el territorio liberado, la franja mutilada por el muro de contención que el ejército marroquí construyó a partir de 1981 con diseño israelí, financiamiento saudita y tecnología estadunidense y francesa.
El muro se extiende a lo largo de mil 900 kilómetros, y a su alrededor se han sembrado cerca de 4 millones de minas. Se levantó para contener los embates del Frente Polisario. Ha dividido a miles de familias, ha cortado milenarias rutas de caravanas de camellos.
Ha cercenado a los saharauis de la parte más rica y fértil de su territorio.La única población en territorio liberado, Tifariti, fue declarada, hace poco, capital del Frente Polisario.
Según el plan del recién relecto presidente Mohamed Abdelaziz, el parlamento y el consejo nacional de la República Árabe Democrática Saharahui (RASD) deben asentarse ahí.Un tercer espacio son los campamentos de Tindouf, con poco más de 120 mil refugiados que viven de la asistencia internacional, sin posibilidades de desarrollo.
La actual nación del Sahara Occidental ha construido su identidad nacional, su Estado y su organización política, social y económica “en la intemperie del mundo”, como describe la diputada en el Parlamento Africano Suelma Beiruk, responsable de desarrollo social y cooperación internacional de la Unión de Mujeres.
Es una definición que alude no sólo a las terribles condiciones geográficas y climáticas de la hamada argelina, sino a la soledad de su causa en la comunidad internacional. “El mundo nos mira y nos olvida casi inmediatamente.”La población refugiada depende por completo de la asistencia internacional. Sin embargo, los campamentos saharauis destacan por su organización y autogestión.
Los refugiados del Sahara están muy lejos de padecer la degradación y la miseria extrema que sufren otros contingentes de desplazados africanos.En el Sahara Occidental, que se reivindica como el único país hispanohablante del mundo árabe, sólo una minoría habla castellano.
La lengua cotidiana es el hasania, dialecto del árabe clásico.Los intelectuales saharauis reconocen que no fue España, sino Cuba, quien acudió “al rescate del castellano” en la antigua colonia del régimen franquista.Desde 1977, cuando fueron becados los primeros 22 saharauis para estudiar en la isla caribeña, son miles de jóvenes los que cruzan el Atlántico desde adolescentes.
En Cuba terminan su formación y regresan a los campamentos como médicos, ingenieros, lingüistas o educadores.Las becas para estudiar en el exterior, sea en Cuba, España, Argelia o Libia, son una obsesión nacional.
Hace 30 años, al salir al exilio, 70 por ciento de la población era analfabeta. Hoy han logrado revertir la situación. Sólo 30 por ciento no sabe leer.El nivel de la cobertura de salud es otra hazaña de este pueblo. Sus estadísticas son superiores a las de la mayoría de los estados africanos. Hay una cobertura asistencial de 90 por ciento y cuatro hospitales regionales, con 250 camas y 13 médicos especialistas cada uno.
Blanche Petrich
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