Miguel o el delito de hospitalidad...

Cuadraban las cuentas pero no la vida.
Así que un día dejó el sillón de director general de Caja del Mediterráneo y lo cambió por una silla de tijera.
Vendió la lujosa casa en el centro de Alicante y se instaló en el Barrio Obrero.
Quemó la corbata de seda, porque un nudo se le ponía en la garganta al ver aquellos ojos desleídos por la lluvia y las aceras.


Se llama Miguel Romá.
A su mujer, Marinadi, algunos subsaharianos la llaman "mamá África".

Hoy conviven con 14 personas venidas de fuera y con la vida hecha astillas.
Da vergüenza la pregunta, y el hombre de 68 años que tenemos delante como que se extraña al escucharla.


- ¿Por qué esta forma de vida?

- ¿Cómo?
Bueno, sería un crimen no hacerlo.


Pasó que reunió a los hijos adolescentes y se lo dijo: ya no habrá asistenta en el hogar ni dispendios de neón.

Y abrió las puertas de aquella nueva casa humilde pero espaciosa, liberadora, donde desde aquel 1994 hasta hoy han pasado hasta 300 inmigrantes con y sin papeles. Que se tientan el alma alrededor de una mesa camilla por si aquello es un sueño.


Desde que hace 15 años echaron a andar con su nueva vida, Miguel y Marinadi han guardado con celo la intimidad de este islote de solidaridad.

Sólo han accedido a romperlo ahora, con muchísimos reparos, para levantar una empalizada que guarde a la hospitalidad del asedio que ultima el Gobierno y su estrenado credo: cierra la puerta y echa el cerrojo; retira el felpudo donde pone Bienvenidos y vigila por la mirilla; al clandestino, ni agua...

Lo dice el artículo 53.2.c del anteproyecto de Ley de Extranjería, que propone sancionar hasta con 10.000 euros a quien acoja a un inmigrante.

Así que nos jugamos el tipo con Miguel y Marinadi, delincuentes a la vista.


"Hasta ahora la solidaridad y el compartir eran considerados valores universales", expone Miguel. "Ahora quieren que sea delito...

El Gobierno me ha defraudado.

En fin, ¿qué sociedad queremos?

¿Quiénes seremos los delincuentes mañana?

Es demencial, demencial".


Entramos a la hora de comer en la morada Solidaridad, donde hay dos perolas (una con cerdo y otra sin él) y conviven juntos Ecuador, Gambia, Colombia, Senegal, Costa de Marfil, Argelia, Perú y Bolivia.

En esta patria chica del "pásame la sal", el "por favor" y el "gracias" hay una cocina donde todos recogen y uno se sirve solo porque en la vida no hay esclavos.

En este hogar acrisolado hay un cuarto de estar donde Senegal se está tomando la revancha a las damas frente a la correosa contrincante de Bolivia. En esta revolución sin caudillo hay habitaciones propias, cafelito y cháchara, una despensa como el Carrefour y un patio donde contar estrellas...

Hasta 75 se juntaron en Navidad, en una noche que acabó con un improvisado concurso de villancicos por países.

Cristo, Mahoma y Buda con la pandereta, tengamos la fiesta en paz.


"Esto no es un hotel", sentencia Miguel. "Esto es una familia. Y las pocas normas que tenemos son las que habría en un hogar.

Mucho respeto mutuo, colaborar en todo, nada de borracheras o cosas parecidas".


Miguel, que sabe de préstamos, echa la cuenta del expolio.

La mayoría llega con una deuda terrible de su país, con intereses mensuales del 20%, con lo que en medio año ya han duplicado el débito.

Y allí están Miguel y Marinadi, estirando sus ahorros, la pensión y ese plus que le dejó la Caja al directivo, mirando cada euro para que les cunda.


"Podríamos vivir lujosamente en un apartamento sobre la playa. Pero vivimos más felices compartiendo.

Somos nosotros los que les agradecemos a ellos todo lo que nos dan".
La convivencia solidaria hace saltar cerrojos y enciende velas.

En este barrio habitado por personas mayores son los musulmanes de la casa los que acuden a la parroquia del Salvador para disfrazarse y no dejar a los ancianos sin sus Reyes Magos vivientes.

Cuando la guerra entre Perú y Ecuador, el peruano y el ecuatoriano eran uña y carne aquí en la casa.

Hoy, Día de la Mujer, cocinarán sólo los chicos. Dicen que van a hacer algo parecido a la lasaña.
Del calendario que inauguraron Miguel y Marinadi hace 15 años se guardan fechas como tesoros en los cajones del alma.


Como aquel día en que apareció ella llamando a la puerta, la primera demandante de abrazos, una muñeca que llegó dejándose el aserrín en el umbral de la casa.


Era de Santo Tomé y Príncipe, parecía salida del instituto, traía en brazos un bebé de dos meses y estaba embarazada de miedo.


La cosieron a besos, y con eso casi bastó. Con el tiempo se puso a limpiar casas, a cuidar ancianos y a estudiar, día y noche, como a quien le da una beca la vida.


La chica de Santo Tomé y Príncipe es ahora doctora del centro de salud, y acude con sus chiquillos los fines de semana a visitar a "mamá África" y a comer esa paella que hace Miguel los sábados.


Esa paella que es como un radiante sol y una enorme hostia. Esa paella eterna que comen los hijos y hacen los padres.

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http://www.educarueca.org

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GUERRAS OLVIDADAS